“AMA Y HAZ LO QUE QUIERAS”

1.Orden en la ley.

1.       Los hebreos tenían muchos preceptos para observar. Dividían, en los albores de la era cristiana, los mandamientos de Dios en grandes y pequeños. 613 contabilizó la clasificación farisaica en tiempo de Jesús.

            2. A Jesús se le tiende otra celada. Es interrogado sobre una cuestión intrincada: ¿En toda esa selva de preceptos, cual es el mandamiento primordial, el primero, el que tiene la precedencia y la importancia máxima en la Ley[1] La respuesta de Jesús, aunque es una cita del Deuteronomio[2] y del Levítico[3] y la oración diaria de los judíos de su tiempo y del nuestro, es desconcertante para el racionalismo numerador y cartesiano. El que pregunta es un fariseo, un exponente en el Sitz im Lebende Jesús, de algo que hoy también es lacra para la Iglesia de Cristo: el interés y el reduccionismo de la pura observancia.

3. Jesús, sin embargo, no responde a la cuestión de la preeminencia de los preceptos, sino a la importancia de los mandamientos en su mismo ser. El primer precepto, el primordial, es amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda nuestra mente[4]. Este es el precepto capital e irrenunciable. Expresa el anhelo más profundo del alma del hombre. Anhelo que está expresado en el ser mismo de nuestra cultura occidentalesde Tales de Mileto hasta los filósofos de anteayer, más o menos estructuralistas, se ha ido en búsqueda de la ‘theologia.’ A él se refiere San Agustín, y concretamente en la primera página de sus Confesiones: mi corazón andará siempre en búsqueda de Dios, irrequieto y anhelante, hasta que no repose en Dios mismo. Dios es más íntimo a mí mismo que yo a mí mismo, me conoce íntima y totalmente. Encontrarle a él, es encontrar la última razón de mi ser. Amarle será conocerle.
Los hebreos lo sabían perfectamente, porque lo decía la Thorá[5], cual era el primero y el segundo de los mandamientos. Pero andaban perdidos en la selva de sus preceptos y en las complicaciones de la manía farisaica: la observancia. Hoy también se da lo mismo en los nuevos fariseos, que no son los hipócritas y farsantes, como dice nuestro diccionario, sino los maniáticos de la observancia, los que ofrecen la salvación, e incluso la santidad, por la mera y pura observancia de un código preceptual.

            4. Jesús restablece de nuevo el orden de manera muy clara: ante todo el amor a Dios, como respuesta de todo el hombre en un diálogo psicológico o íntimo y personal sino de raigambres ontológica. Todo ello desde el corazón, es decir desde el fondo del ser del hombre, desde el eje de su misma intimidad, desde lo que es él mismo y su destino. Amor con toda el alma, es decir como expresión del ser mismo y personal del hombre. Con todo el pensamiento, es decir con toda la capacidad racional de nuestro nous. Con toda la potencialidad de nuestro querer y nuestro sentimiento.

2. Escuela del amor. 

5. Hay otro mandamiento, es el segundo, pero “muy semejante» al primero”, dice Cristo: amar al prójimo como a uno mismo. Hemos visto, en el pasaje del Ã‰xodo, que no es simplemente una llamada a la solidaridad universal, ni a la pacificación de la propia conciencia, ni a tener un espíritu filantrópico. Es la llamada a amar al prójimo concreto, real y tangible. Con esta palabra arcaica, se designa el próximo, es decir, a la esposa, el marido, los hijos, el padre, la madre, los miembros de mi comunidad, los que trabajan conmigo, los amigos con quien de comparto los momentos de asueto. Amarlos a todos como a mí mismo, es toda una antropología, mejor una teoantropología. En el ‘mundo’, quizás nos digan que no sirve como receta de cocina válida para navegar por nuestra sociedad, ni para el código de circulación que suele ser la banalidad moral de nuestra vida. 

            6. Amar al inmigrado, al que nada tiene, ni nada nos puede dar, amar a quien no nos podrá remunerar provechosamente retornando nuestros favores, este es el amor cristiano. Eso el ‘mundo’ no lo entiende. Allí, muertos de asco, en la contradicción más profunda, cuando ya son viejos, están enfermos, no son importantes, se han arruinado, o ya no pintan nada en la sociedad, es cuando entienden la profunda contradicción y la crueldad del do ut des como ley suprema de una sociedad feroz y egoísta. Solo entonces es cuando entienden la farsa de un amor que sólo es moneda de cambio y no pura gratuidad que se aprende en y del amor divino.

 3. El acceso a Dios por el amor. 

7. Pero ese amor, es sagrado porque es la consecuencia trascendente y extensiva, en el mundo, del amor gratuito y transcendente de Dios. San Agustín ya dijo que a Dios se le conocía por el amor. No voy ahora a responder al dogma escolástico de que nihil volitur nisi precognitur que reduce todo el conocimiento al conocimiento nocional fruto de las sensaciones. Aquí se trata de un ‘conocimiento’ de la entidad misma del amor que es Dios. Amor que es gratuidad, amor divino y amor que diviniza, como dice el Nuevo Testamento: en él, la iniciativa es de Dios. Es de origen divino. Es pura gracia. Puro don. Es lo que los Padres griegos llamaron la ‘divinización’ del hombre. Es la santidad con la que colaboran, pero no la producen, las obras prescritas por las normas. El “Ama y haz lo que quieras” es la gran norma del cristiano.


[1] Mt 22, 36.

[2] Mt 22, 37b-38. Dt 6,5: “Amarás a Yahweh, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas””.

[3] Lv 19, 18.34“No te vengarás ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo,Yahweh”.

[4] Cfr. nota 2.

[5] Dt 6, 5; Lv 19, 18.

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