El lamentable estado de la música religiosa en el catolicismo occidental del siglo XXI, es debido a la casi nula fornación musical del clero menor de 60 años?

El declive de la música religiosa en el catolicismo occidental contemporáneo —especialmente en celebraciones litúrgicas ordinarias— está estrechamente ligado a la pobre formación musical del clero joven (menor de 60 años) y a factores estructurales más amplios. Este fenómeno no es casual, sino resultado de crisis concatenadas:

1. La ruptura formativa post-Vaticano II

  • Abandono de la schola cantorum: Tras el Concilio (1962–1965), muchos seminarios suprimieron la enseñanza sistemática de:
  • Canto gregoriano (antes obligatorio).
  • Polifonía sacra (Palestrina, Victoria, Bruckner).
  • Armonía y composición litúrgica.
  • Prioridad de lo “pastoral” sobre lo técnico: Se formó a sacerdotes para dirigir comunidades, no para discernir sobre la calidad musical. El resultado es que muchos confunden participación activa con simplificación amateur.

2. El mito de la “accesibilidad”

  • Repertorio trivializado: Se impusieron coritos con letras banales y armonías de tres acordes (“Gloria a Dios en el cielo / y en la tierra paz”), justificados como “más cercanos al pueblo”.
  • Paradoja: Estas piezas, lejos de atraer, han alienado a jóvenes que prefieren el gregoriano (ej. auge de monasterios como Solesmes o Clear Creek).
  • Instrumentación empobrecida: El órgano fue reemplazado por guitarras desafinadas y pianos electrónicos con ritmos prefabricados.

3. El problema generacional

  • Clero mayor (60+ años): Muchos aún recibieron formación en seminarios pre-conciliares o conservatorios. Ejemplo: cardenal Sarah (gran defensor del gregoriano).
  • Clero joven (<60 años):
  • Ignoran la notación cuadrada (neumas gregorianos).
  • No distinguen entre un motete de Byrd y un “cantico” de Cesáreo Gabaráin.
  • Confunden solemnidad con rigidez, rechazando por sistema la tradición.

4. Excepciones y resistencias

  • Seminarios tradicionales: Enseñan gregoriano y polifonía como parte esencial de la formación.
  • Movimientos laicos: Grupos como Schola Gregoriana Hispana o Coro Victoria suplen las carencias del clero, pero dependen de los permisos episcopales.

5. Consecuencias litúrgicas

  • Pérdida del sentido sagrado: La música se reduce a entretenimiento en vez de oración elevada.
  • Fractura generacional: Parroquias con ancianos aferrados a los “cantos de la renovación carismática” y jóvenes que buscan misas en latín.

6. ¿Soluciones?

  1. Reformar los seminarios: Reintroducir el gregoriano como asignatura troncal (siguiendo Musicam Sacram, 1967).
  2. Exigir competencia musical: Que los obispos nombren maestros de capilla con formación real, no meros animadores.
  3. Recuperar el órgano: Instrumento litúrgico por excelencia (cf. Sacrosanctum Concilium, 120).

7. En conclusión: La crisis no es de talento (hay músicos brillantes), sino de voluntad institucional. Mientras no se rectifique la formación clerical, seguiremos oyendo “Alabaré, alabaré” en vez de “Ave Verum Corpus”. Como decía Pío X: “La música sacra debe ser santa, bella y universal” —hoy rara vez cumple ni el primer criterio.

Mons. Jaume González-Agàpito

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