SEGUIR EL CAMINO COMPOSTELANO

  1. Seguir a Jesucristo no es algo fácil y meramente intuitivo.
    Si amas a Jesucristo, debes ponerte a ti mismo y debes ponerlo todo en manos de Dios. Del Dios vivo y verdadero. Del Dios de Abraham, del Dios de Isaac, del Dios de Jacob, del Dios y Padre de nuestro señor Jesucristo.
  1. Fíjate. Esto no suele proporcionar bienes materiales, ni honores humanos, ni seguridad y buena situación. Más bien, puede traerte incomprensión, extrañeza y exclusión.
    Seguir a Jesucristo es, ya lo dijo San Pablo, perticipar en su sagrada Pasión. Pasión de quien “siendo de condición divina, no se apegó a su igualdad con Dios, sino que se redujo a casi nada, tomando la condición de esckavir, y se hizo semejante a los hombres. Y en su condición humana, se rebajó a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y la muerte de cruz” (Fil 2, 6-8).
  1. Los que te proponen ‘apaños’, son pelagianos, presbiterianos, episcopalistas, papólatras, conciliaristas, saduceos, fariseos, o son el mismo Satanás, que te tienta haciéndote tentar a Dios, pidiéndole milagros y que tu adores al Maligno haciendo ver que adoras al Dios verdadero.
  2. Pero la oración, pura y constante, al Dios y Padre de nuestro señor Jesucristo es fácil y contundente: “Señor, estoy crucificado con Cristo: ya te apañarás. En la vida, en la muerte, en el gozo y en la aflicción, estoy en tus manos, yo y todo lo que soy y retengo. Tú, eres mi amor, y sólo a Ti te tengo”.
  3. A Cristo, “por eso, Dios lo engrandeció y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al Nombre de Jesús se doble toda rodilla en los cielos, en la tierra y en el abismo, y toda lengua proclame que Cristo Jesús es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil 2, 9-11). Ese es el término etiológici y glorioso del seguimiento de Jesús, el Cristo, crucificado.

Jaume González-Agàpito

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