HOMILÍA EN LA SOLEMNIDAD DE LA GLORIOSA ASUNCIÓN DE SANTA MARIA, PRONUNCIADA, EN LA IGLESIA DE SANTA MARÍA DE MONTSERRAT DE PEDRALBES, POR MONS. JAUME GONZÁLEZ-AGÀPITO GRANELL

Mi querida hermana, mi querido hermano en Nuestro Señor Jesucristo:

1. San Pablo VI, en una de las sesiones del Concilio Vaticano II, el 21 de noviembre de 1964, proclamó solemnemente María como “Madre de la Iglesia, es decir, Madre de todo el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores”[1]. Más tarde, el año 1968 en la Profesión de fe, conocida bajo el nombre de Credo del pueblo de Dios, el mismo Pontífice romano ratificó esta afirmación de forma aún más comprometida con las palabras:

 “Creemos que la Santísima Madre de Dios, nueva Eva, Madre de la Iglesia, continúa en el cielo su misión maternal para con los miembros de Cristo, cooperando al nacimiento y al desarrollo de la vida divina en las almas de los redimidos”[2].

2. El magisterio del Concilio Vaticano II ha subrayado que la doctrina eclesial sobre Santa María, Madre de Cristo, constituye un medio eficaz para la profundización de la verdad sobre la Iglesia. El mismo San Pablo VI, tomando la palabra en relación con la Constitución Lumen Gentium, recién aprobada por el Concilio, dijo:

« El conocimiento de la verdadera doctrina católica sobre María será siempre la clave para la exacta comprensión del misterio de Cristo y de la Iglesia»[3].

María está presente en la Iglesia como Madre de Cristo y, a la vez, como aquella Madre que Cristo, en el misterio de la redención, ha dado al hombre en la persona del apóstol Juan. Por consiguiente, María acoge, con su nueva maternidad en el Espíritu, a todos y a cada uno en la Iglesia, y acoge también a todos y a cada uno por medio de la Iglesia. En este sentido María, Madre de la Iglesia, es también su modelo. En efecto, la Iglesia – como deseó y pidió San Pablo VI, en la misma ocasión, antes citada – “encuentra en ella (María) la más auténtica forma de la perfecta imitación de Cristo”[4].

            3. Merced a este vínculo especial, que une a la Madre de Cristo con la Iglesia, se aclara mejor el misterio de aquella “mujer” que, desde los primeros capítulos del Libro del Génesis hasta el Apocalipsis, acompaña la revelación del designio salvífico de Dios respecto a la humanidad. Pues María, presente en la Iglesia como Madre del Redentor, participa maternalmente en aquella “dura batalla contra el poder de las tinieblas”[5] que se desarrolla a lo largo de toda la historia humana y que recordaba la Constitución Pastoral Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II. Y por esta identificación suya eclesial con la “mujer vestida de sol”[6], se puede afirmar que “la Iglesia en la Beatísima Virgen ya llegó a la perfección, por la que se presenta sin mancha ni arruga” por esto, los cristianos, alzando con fe los ojos hacia María a lo largo de su peregrinación terrena, “aún se esfuerzan en crecer en la santidad”[7]. María, la excelsa hija de Sión, ayuda a todos los hijos, donde y como quiera que vivan, a encontrar en Cristo el camino hacia la casa del Padre.

4. Por consiguiente, la Iglesia, a lo largo de toda su vida, mantiene con la Madre de Dios un vínculo que comprende, en el misterio salvífico, el pasado, el presente y el futuro, y la venera como madre espiritual de la humanidad y abogada de gracia.

Siguiendo la línea del Concilio Vaticano II, deseo poner de relieve la especial presencia de la Madre de Dios en el misterio de Cristo y de su Iglesia. Esta es, en efecto, una dimensión fundamental que brota de la mariología del Concilio. El Sínodo extraordinario de los Obispos, que se celebró en el año 1985, exhortó a todos a seguir fielmente el magisterio y las indicaciones del Concilio. Se puede decir que en ellos,  Concilio y Sínodo, está contenido lo que el mismo Espíritu Santo desea “decir a la Iglesia” en la presente fase de la historia.

5. En este contexto, quiero recordar lo que el Concilio ha dicho sobre Santa María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Se trata no sólo de la doctrina de fe, sino también de la vida de fe y, por tanto, de la auténtica “espiritualidad mariana”, considerada a la luz de la Tradición patrística y magisterial de la Iglesia y, de modo especial, de la espiritualidad a la que nos exhorta el Concilio[8]. Además, la espiritualidad mariana, a la par de la devoción correspondiente, encuentra una fuente riquísima en la experiencia histórica de las personas y de las diversas comunidades cristianas, que viven entre los distintos pueblos y naciones de la tierra. A este propósito, quiero recordar, entre tantos testigos y maestros de la espiritualidad mariana, la figura de san Luis María Grignion de Montfort, el cual proponía a los cristianos la consagración a Cristo por manos de María, como medio eficaz para vivir fielmente el compromiso del bautismo[9].

6. También los hermanos ortodoxos honran y celebran a la Madre del Señor. Es una luz mariana proyectada sobre el ecumenismo. Recuerdo, con viva emoción con que devoción, el año 2.000, asistí, en la Basílica de Nuestra Señora de Kazán de San Petersburgo, a un culto vespertino en honor de Santa María. Deseo, hoy, en que ellos celebran con nosotros la gloriosa dormición de la Madre de Díos, que nos unarnos en plegaria con cuantos, ortodoxos y católicos, renovando y confirmando con el Concilio Vaticano II, aquellos sentimientos de gozo y de consolación porque “los orientales […] corren parejos con nosotros por su impulso fervoroso y ánimo en el culto de la Virgen Madre de Dios »[10]. Aunque experimentamos todavía los dolorosos efectos de la separación, acaecida en el año 1054, podemos decir que, ante la Madre de Cristo, nos sentimos verdaderos hermanos y hermanas en el ámbito de aquel pueblo mesiánico, llamado a ser una única familia de Dios en la tierra, como anunció San Juan Pablo II, en 1987: ”Deseamos confirmar esta herencia universal de todos los hijos y las hijas de la tierra”[11].

7. En la solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen a los cielos, queremos resaltar “la señal grandiosa en el cielo”, de la que habla el Apocalipsis. De este modo, queremos cumplir también la exhortación del Concilio, que mira a María como a un “signo de esperanza segura y de consuelo para el pueblo de Dios peregrinante”. Esta exhortación la expresa el Concilio con las siguientes palabras:

“Ofrezcan los fieles súplicas insistentes a la Madre de Dios y Madre de los hombres, para que ella, que estuvo presente en las primeras oraciones de la Iglesia, ahora también, ensalzada en el cielo sobre todos los bienaventurados y los ángeles, en la comunión de todos los santos, interceda ante su Hijo, para que las familias de todos los pueblos, tanto los que se honran con el nombre cristiano como los que aún ignoran al Salvador, sean felizmente congregados con paz y concordia en un solo Pueblo de Dios, para gloria de la Santísima e individua Trinidad ”[12]. Amén.

Barcelona, 15 de agosto de 2022.


[1] Cfr. San Pablo VI, Discurso del 21 de noviembre de 1964: AAS 56 (1964) p. 1015.

[2] San Pablo VI, Solemne Profesión de Fe (30 de junio de 1968), nº 15: AAS 60 (1968) pp. 438 s.

[3] San Pablo VI, Discurso del 21 de noviembre de 1964: AAS 56 (1964) p. 1015.

[4] Ibid., 1016.

[5] Cfr.  Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, nº 7.

[6] Ap 12,1. Cfr. S. Bernardo, In Dominica infra oct. Assumptionis Sermo: S. Bernardi Opera, V, 1968, pp. 262-274.

[7] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, nº 65.

[8] Cfr.. Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, nn. 66-67.

[9] Cfr. S. Luis María Grignion de Montfort, Traité de la vraie dévotion á la sainte Vierge. Junto a este Santo se puede colocar también la figura de S. Alfonso María de Ligorio, cfr.. entre sus obras, Las glorias de María.

[10] Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium , 69.

[11] San Juan Pablo II, Homilía del 1 de enero de 1987.

[12] Const. dogm. sobre la Iglesia, Lumen Gentium, nº 69.

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