EL HOMBRE UN DESEO INSACIABLE DE DIOS

  1. ¿Cuál es el deseo más profundo del hombre?
    Un insaciable anhelo de verdad, de amor y de belleza que procede de Dios y que se dirige hacia Dios mismo.
  2. Este anhelo, ¿está de acuerdo con la manera de ser y con el destino del hombre?
    El hombre, que, en su mismo ser, procede de Dios y se dirige hacia Dios mismo, no puede vivir una vida plenamente humana si no experimenta, libre y gozosamente, su vinculación con Dios. Esto es lo que se sugiere en los relatos del libro del Génesis: el hombre es feliz cuando goza de una amistad directa y real con Dios.
  3. ¿Pero, se puede conocer a Dios?
    El hombre lo conoce cuando escucha el mensaje de los otros seres, la harmonía que se descubre en el universo y la voz de su propia conciencia. El hombre está abierto, en su misma entidad, al misterio del ser y a captar su unidad, su verdad y su belleza. Tiene un sentido innato del bien moral y de su propia libertad. Puede, pues, mediante una coherente reflexión, alcanzar la certeza de la existencia de Dios como causa, fin y explicación última de todo lo existente.
  4. Pero, ¿cuál es el mensaje de los seres del universo?
    El mundo y el hombre, limitados y contingentes, atestiguan que no poseen en sí mismos su primer principio, ni son ellos mismos su propio fin último. Más bien, participan, por su origen y su finalidad, de aquel Ser, sin principio y sin fin, que es, que existe en y por sí mismo.
  5. ¿Aceptar a Dios está de acuerdo con la ciencia? La naturaleza, nuestra razón y la revelación cristiana tienen a Dios como único autor. No puede, pues, haber una real contradicción entre ellas. Puede haberla, por defecto de conocimiento, por nuestra parte, tanto al analizar la primera, como al usar la segunda o al interpretar la tercera. El creer en Dios, fuente de toda sabiduría, no puede estar en contradicción con los hallazgos de la sabiduría humana. Quienes lo afirman no son tampoco verdaderos científicos. Usan la ciencia para hacer creíbles sus opiniones y creencias filosóficas y muchas veces parten del postulado de proponer el agnosticismo como única e intangible confesionalidad del Estado, bajo el nombre de opción laica.
  6. ¿Qué es la voz de la conciencia?
    Presente en el corazón del hombre, la conciencia moral atestigua la autoridad de la verdad con referencia al Bien supremo, hacia el cual la persona humana se siente atraída y cuyos mandamientos acoge. El hombre prudente, cuando escucha la voz de su conciencia moral, puede entender que Dios es quien le habla.
  1. ¿Qué es el hombre?
    La persona humana, creada a imagen de Dios, es un ser racional y espiritual, con cuerpo y alma. Tiene impreso su fin en sí misma y su entidad, derechos y protección no dependen del reconocimiento que de ella hagan, o no, los ordenamientos jurídicos positivos, sino que le pertenecen por su misma naturaleza. Nadie puede negárselos sin transgredir los postulados más elementares de la ética humana.
  1. ¿Qué es el alma?
    El alma es el principio espiritual del hombre, creado, sin mediación alguna, por Dios a su propia imagen y semejanza. Ella, junto con el cuerpo animal del hombre, también creado a imagen de Dios, da vida y dignidad de persona al hombre. Por ella el hombre posee la semilla de la inmortalidad.
  2. ¿Qué es el cuerpo?
    El cuerpo del hombre participa también de la dignidad de “imagen de Dios”. No es un cuerpo meramente animal, sino ‘humano’, y ello, precisamente, porque está “animado” por el alma espiritual y, con ella, forma un todo que es la persona humana.
  3. ¿Cuál es la relación entre el alma y el cuerpo?
    El hombre no es un ‘compuesto’, sino una unidad en una única y específica persona viva. Es un ser racional corpóreo destinado a ser, en Cristo, templo del Espíritu Santo.
  4. ¿El hombre es el único ser racional creado por Dios?
    La existencia de seres espirituales, no corporales, que la Biblia llama comúnmente ángeles, es una verdad de fe. El testimonio de la Escritura es claro y unánime. El de la Tradición de la Iglesia es también unánime y concorde con la Sagrada Escritura

Mons. Jaume González-Agàpito
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