EPIFANÍA DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

Parroquia de Pedralbes

Sugestiones de Mons. J.González-Agàpito para la plegaria y para la preparación individual
Is 60,1-6; Ef 3, 2-3. 5; Mt 2,1-12

  1. Visitación de Israel fue un acontecimiento cósmico. La historia de la Navidad, que celebramos poco ha, fue, a pesar del canto de los ángeles, una aparición del Dios silencioso. El acontecimiento quedó limitado al pequeño “resto del pueblo de Israel”. Simeón y Ana la Profetisa también pertenecieron a este ámbito. Pero el acontecimiento tenía una dimensión cósmica que, también, cambiaba el destino de la humanidad. El poder “ver a Dios” había sido el anhelo de los hombres. Verlo en la materia, en la razón o en el espíritu fueron las grandes hazañas intelectuales de la filosofía de la Hélade. Verlo en el cumplimiento del Pacto expresado en la Torah y verlo en la realización de las promesas davídicas fue la esperanza de Israel. El “Gran Rey” que había que esperar es lo que Mateo el evangelista teólogo presenta como la realización de la aspiración del Trito-Isaías y de las profecías de los salmos realistas. Pero, en su misma realización, se cumple también la gran aspiración universalista del Salmista: “Todos serán ciudadanos de Sión”.
  2. La Epifanía. Este nombre esconde un concepto eclesial muy antiguo y una batalla muy vieja. Los seguidores del Mesías glorioso del Apocalipsis que proclamaba Pablo quisieron saber más de la biografía terrena del Ungido y ver, en aquellos acontecimientos, la realización de su esperanza en una forma mistagórica y casi celebrativa. La escenografía es grandiosa y, al mismo tiempo, algo naif. Unos astrólogos gentiles, pero temerosos de Dios, descubren la promesa davídica en un astro, extraño y misterioso, al que siguen como si fuera un ser inteligente. Llegan a la Jerusalén de las promesas esperando que esté gozosa por el nacimiento del nuevo “Gran Rey”. Pero quedan desconcertados. Allí parece que no pasa nada. Hacen la gran pregunta: “¿Dónde está el rey recién nacido?”. Pregunta que ellos hicieron a los israelitas y hoy se hace a la Iglesia. En las escrituras está la respuesta. Pero, el signo lo captan tan sólo los limpios de corazón.
  3. La Jerusalén celestial. Eso es lo que buscaban los magos. Eso mismo, hoy, los hombres de buena voluntad. La visión apocalíptica de Isaías es grandiosa. Aquí es promesa. En el libro de la Revelación de Juan, está expresada su realización. En medio el gran misterio del gran rechazo de Israel. Esa Jerusalén de luz es la gran utopía que buscaron muchos hombres. Hoy muchos han perdido o rechazado la utopía en esta sociedad del neoliberalismo. Como a Herodes, la utopía les parece una amenaza que hay que extinguir. “Muera la utopía” es, hoy desgraciadamente, el grito de guerra de los jóvenes. Ese mundo sin virtud, es la negación de las bienaventuranzas. Pero, en el Israel del Espíritu y entre los gentiles, como en el Israel según la carne y entre los paganos, existe un “pequeño resto” capaz de descubrir los signos de Dios: ángeles, estrellas o enviados de Dios. Son ellos los que descubren a Dios revelado en la carne de un Niño.
  4. El gran y misterioso designio de Dios. Todo este acontecimiento de revelación de Dios no es algo exclusivo de los judíos, ni de los cristianos. Tiene una dimensión y un ámbito cósmico. Aquí no hay lugar para el destino ciego, ni para la casualidad necesaria. Se trata de un proyecto creacional de Dios que tenía escondido en el seno de su amor triniario: la salvación del hombre asociándolo al destino del “Gran Rey” prometido a David. Ese Rey es el ‘abajamiento’ espantoso de Dios para divinizar al hombre. En el invisceramiento humano de la Razón divina (el “Loghos”) está la gran revelación del designio amoroso de Dios. En él cuerpo visible de Cristo, Luz de Luz, aparece revelado el misterio: Dios tiene plantado su tabernáculo en el cosmos, en la tierra y en el nuevo Israel que es la Iglesia de Cristo. Ahora empieza también otro tiempo intermedio: el del acogimiento o rechazo del Mesías. Adoración o intento de asesinar al “Gran Rey”.

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