LA MISA DOMINICAL

Sugestiones de Mons. Jaume González-Agàpito para la plegaria i para la preparación individual
Año A, domingo 32, 12 de noviembre de 2023
Sab 6,12-16 (13-17); ITes 4,13-18; 4,13-18; Mt 25,1-13.

El destino de la comunidad cristiana.

  1. El año litúrgico toca a su fin. Nuestra mirada se centra en la consumación de la historia y el retorno de Cristo. Un cristianismo reduccionista ocultó, escamoteándola, la verdad del retorno glorioso de Jesucristo. Todo quedaba reducido a las ‘postrimerías’ individuales del hombre y al “Juicio Final”.
  2. Nada de aquello, que decimos en el Credo, que el Señor vendrá con gloria. Hay que mantener esa esperanza, fruto de la fe. Pablo la reivindica ante los que lloran a los muertos “igual que los que no tienen esperanza alguna”. Pobre Pablo, ¿qué no oiría hoy en boca de los cristianos en esa industria de la muerte que son los tanatorios?
    En el primer escrito, cronológicamente hablando del Nuevo Testamento, afirma, no la aniquilación o la transmisión de las almas, sino la participación de los cristianos en la resurrección de Cristo. Es el Señor que ha derrotado la aparente victoria definitiva de la muerte. Su fe y su esperanza en ello es tan definitiva que espera poderla ver él mismo.
  3. Pero lo importante no es saber el cuándo, sino la certeza de que todos los que pertenecen a Cristo estarán “para siempre” cabe Dios. La actitud de ‘vigilia’ (vela en guardia) es la recomendada, una y otra vez en el Nuevo Testamento. La olvidada por el cristianismo paganizante y por algunos neopelagianos.
    • La ‘vigilancia’ del sabio.
  4. En esta perenne vigilancia consiste, para el cristiano, la sabiduría de la cual nos habla la primera lectura. La ‘sabiduría’ no es algo lejano e inalcanzable: está esperando ante su puerta. Sólo hay que dejarla entrar.
  5. El hombre no necesita buscar muy lejos esta sabiduría y prudencia: ella está delante de su puerta, necesita sólo que dejarla entrar. Pero tiene que hacer vigilia. Debe ‘vigilar’, en pos de su ideal. Debe “dejar el sueño” (Sab 6, 15). Durante esta sabia ‘vigilia’ se ve libre de la angustia por saber lo que le espera después de la muerte.
  6. El Libro de la Sabiduría, el último del Antiguo Testamento, propone la sabiduría y la prudencia como los elementos que transmiten la bondad de Dios y que son consolación para el hombre. En este libro se lee: “la justicia vivirá eternamente” (5, 15); la “incorruptibilidad cerca de Dios” obtendrá en él mismo un “dominio eterno” (7, 18. 21); “la esperanza está llena de inmortalidad” (3,4).
    • Si el novio se retrasa.
  7. De todo eso habla la parábola de las vírgenes prudentes y de las necias. Vigilar y esperar en la esperanza, aunque sea de noche, es sabiduría. No estar a punto a la hora precisa es necedad. En la hora de la muerte, el hombre ha de tener consigo el aceite del “estar apunto”. No se puede, en aquel momento, volver atrás para recuperar ese “estar a punto”.
  8. Las horas de la noche y de la incertidumbre pueden ser largas. Incluso, se da por posible que el justo quede dormido en el sopor de la espera. Pero, en el Cantar de los Cantares se lee: “Yo duermo pero mi corazón vigila” (5, 2). Este ha sido el anhelo, la pasión, de los cristianos auténticos de todos los tiempos. Este fue el ideal de los eremitas, de los monjes y de los canónigos regulares. Es por ello que se levantaban, una y otra vez, durante la noche, para tener el corazón despierto. Pero también, en medio de los asuntos mundanos, se puede y hay que mantener esa ‘vigilancia’ del corazón.
  9. Cuando aparece el clamor, “la trompeta de Dios” en la lectura apostólica, “¡Ha llegado el esposo!”, la puerta se cierra.
    Ese aceite de la vigilancia, que es la santidad, no es repartible distributivamente. El esposo que se espera, no quiere saber nada con la santidad a medias. Contra la indiscutible misericordia de Dios, contra la participación en la comunión de los santos, puede darse un llegar “demasiado tarde”: es nuestra tibieza e indiferencia cuando al Esposo tarda y le decimos “qué largo me lo fiáis” y seguimos durmiendo, sin la necesaria provisión del aceite de la vigilancia del corazón: “Velad, pues no sabéis ni el día ni la hora”.

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