La Misa dominical. Año C, domingo 25, 18 de septiembre de 2022

Am 8, 1-7 1 Tm 2, 1-8; Lc  16, 1-13.

1. Comprar los pobres con dinero.

En la primera lectura se inicia un tema capital: el “mamoná de la injusticia  Lc 16,9; 16,11)”, que resarrollará, en otra dimensión, la perícopa evangélica. Esta referencia, con esta extraña palabra, aparece en la tradición cristiana y talmúdica. Mamwna es el dinero mal adquirido, con engaño y fraudulencia.

Hoy decimos que “el dinero todo lo compra” y “tanto tienes tanto vales”. Lo decimos como derrotados ante una situación indigna que atribuimos a las calamidades de nuestro tiempo. Pero, Amós, siete siglos antes de Cristo, ya aclama contra lo mismo. El mal no está en los tiempos nuevos, sino en el corazón del hombre: cuando nuestro corazón vacila ante mamwna y cuando pretendemos que la posición alcanzada lavará el origen del dinero mal adquirido. Es la actitud y el complejo del nuevo rico. La injusticia, sin embargo, no está en el dinero, sino en su empleo inicuo. No se trata aquí solamente de la manipulación sin conciencia de la economía (“hacer la medida más pequeña y el precio más grande”), sino del manifiesto engaño (“falsificar los pesos”) y esto unido a una valoración del hombre indigente como mercancía barata (comprar a los pobres “por un par de “sandalias”). Todo eso choca frontalmente con los mandamientos de la Ley de Dios, que no sólo condenan la mentira y el robo, sino que exige que el prójimo sea amado como a nosotros mismos. En el pensamiento del mundo que está fuera de la Alianza, muchos de estos comportamientos pueden ser tenidos como normales y como fruto de la sagacidad, pericia y habilidad del traficante. En el Evangelio, Jesús, quiere que esta sagacidad, pericia y habilidad de los hijos de las tinieblas las tengan también los hijos de la Luz, no para obrar la iniquidad, sino para obtener con el dinero injusto, las estancias eternas. Con él, como el administrador de la parábola, podrán hacer obras de amor al prójimo. Esta es la argucia de los hijos de la Luz: con la misma trampa que podría hacernos caer en la trasgresión (mamwna / el dinero) adquirir las estancias eternas. 

2. “Los hijos de este mundo son más listos que los hijos de la luz”. 
El administrador, que ha dilapidado los haberes de su rico señor y es llamado a la rendición de cuentas, elige el engaño como una salida sagaz. Logra, a última hora, esquivar los problemas que le acarrearán la rendición de cuentas y el despido inminente, con el buen acogimiento de los que él ha favorecido con el fraude en los recibos. Cristo (“el Señor” del versículo 5) no alaba el engaño sino la sagacidad que, en ámbito mundano y en las olencias de la economía, a menudo supera la sagacidad de los cristianos para las cosas de Dios. ¿No parece la Iglesia, nuestra Iglesia, una empresa en suspensión de pagos e incluso en quiebra? Si los cristianos tomaran la medida preventiva de ocuparse de las cosas de Dios como los hijos de las tinieblas se ocupan de sus intereses más bastardos, el Evangelio y la vida cristiana florecerían con fuerza y por doquier y ellos serían acogidos en las moradas eternas. En lugar de esperar el juicio (el dar las cuentas) y el despido, habría que intentar incluso con el ‘mamwna’ de la iniquidad ser admitidos y acogidos por Dios mediante la limosna, la prestación de servicios, la ayuda al prójimo necesitado. En los últimos cuatro versículos sobre lla mamoná (vv. 10-13), se exige también fidelidad en asuntos de dinero en la Iglesia. Los bienes confiados a la Iglesia para fines que son buenos, han de ser administrados concienzudamente, limpia y claramente. Pero la Iglesia debe cesar de ser la receptora de nuestra calderilla para convertirse en nuestra obra social por excelencia. No podemos servir a Dios y al dinero. Sino que, como el administrador infiel, usamos del dinero para servir a Dios. Es decir invertimos en algo que, en el momento de rendir cuentas, pueda asegurarnos el ser bien acogidos.

3. . “Dios quiere que todos los hombres se salven”.

La segunda lectura amplía nuestro punto de vista: la Iglesia está abierta a todo el mundo porque Dios lo ha incluido, todo él, en su plan de salvación. Ella no puede asumir los problemas de la política, de la economía y de la sociedad, pero tiene que hacer todo lo posible para que la dignidad y la igualdad ante Dios de todos los hombres sean puestas a la luz del día en todos estos ámbitos. Desde el momento que el plan de salvación de Dios incluye a todos los hombres, la Iglesia tiene que ocuparse, más allá de su propio ámbito, de toda esa realidad. Pablo se autoproclama, en el texto leído hoy, “maestro de los paganos”. Pablo VI, ante la ONU, se decía “experto en humanidad”. Ello significa no solamente que intentan convertir algunos al cristianismo, sino que se quiere dar validez, más allá de los confines de la Iglesia, a las normas autenticas de humanidad iluminadas por Cristo.

Mons. Jaume González-Agápito

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