LA SOLEMNIDAD DE LA PRESENTACIÓN DE JESUCRISTO EN EL TEMPLO JEROSOLIMITANO

1. El primer testimonio de una memoria litúrgica de la Presentación en el templo en Jerusalén nos lo da la Peregrinatio Egeriae, donde se la indica genéricamente con el nombre de Quadragesima de Epiphania, porque se la fija, no en el 2 de febrero, sino en dependencia de la Epifanía, día en que los orientales celebraban la Navidad, es decir el 14 de febrero. La fiesta se celebraba “cum summa laetitia ac si per Pascha” (SCh 21, 36, 206). Pero, Egeria no alude a las candelas ni  a la procesión. Es la matrona romana Ikalia, en tiempos de Marciano (450 – 457 d. C.) la que habla de este uso. 

2. La solemnidad de la Presentación del Señor, con el nombre de Hypapante = occursus (Domini), es decir, el encuentro del Señor con el anciano Simeón, se difundió desde Jerusalén. Entre otros testimonios tenemos el sermón para la Fiesta de la Presentación de San Gregorio Niseno (PG 46, 1151 – 1182) y el de San Cirilo de Alejandría (PG 77, 1039 -1050). Un edicto de Justiniano, del año 542, ordenó solemnizar la fiesta de la Presentación también en Constantinopla (Teófanes, Chronographia: PG 108, 487 – 488). 

3. La única representación antigua de la Presentación en el templo que ha llegado hasta nosotros es la del mosaico del lado derecho del arco triunfal de la basílica de Santa María la Mayor de Roma, ejecutado bajo el pontificado de Sixto III (432 – 440)[1]. La escena se desarrolla delante de un pórtico y concluye en el Templo. Escoltada por dos ángeles, la Virgen, con hábitos regios y postura estatuaria, avanza llevando en los brazos al niño Jesús. A su lado está San José, señalando a la profetisa Ana y al anciano Simeón, que se acerca lleno de reverencia con las manos cubiertas por el palio para acoger al Niño in pallio suo, como precisa el Pseudo-Mateo (cap. 15) y que, en lo demás, se acomoda a la narración canónica del Evangelio según Lucas. Detrás de Simeón se encuentra un asombroso grupo: los sacerdotes judíos y, abajo, cuatro aves, dos blancas y dos oscuras, que recuerdan con su número la ofrenda de María según el Pseudo-Mateo, que altera en este punto la fuente canónica[2].

   4. En el rito bizantino, esta fiesta va precedida de un día de ante-fiesta y se cierra el 9 de febrero. Pero, dada la proximidad de la Cuaresma, la octava posterior queda, a veces, muy reducida en razón de la ante-cuaresma. Si coincide con el domingo de la tyrophagia se concluye el mismo día por la tarde. Si cae en Domingo, se dicen los anatasima en el tono correspondiente a tal domingo. Hay otras particularidades en caso de que coincida con uno de los domingos de Cuaresma[3].

5. Siguiendo el ejemplo de las Iglesias orientales, Roma acogió la fiesta de la Presentación, aunque colocándola en el día 2 de febrero. Fue el papa Sergio I (687 – 701) el que la introdujo junto con otras tres fiestas marianas: la Anunciación, la Asunción y la Natividad[4]. En Roma, como en el oriente, la fiesta de la Presentación se celebraba con gran solemnidad, aunque con cierto carácter penitencial, con una procesión desde San Adriano hasta Santa María la Mayor, como atestigua el Ordo XX del siglo VII[5], en el cual no se observa ninguna alusión al rito de la bendición de las candelas, que solamente vemos atestiguado a finales del siglo IX o comienzos del X por algunas fórmulas añadidas en el Sacramentario de Padua[6]. En las demás iglesias de occidente la fiesta de la Presentación fue introducida más tarde. En España, por ejemplo, no se encuentra antes del siglo XI[7].

6. El nombre oriental de esta fiesta, es un término que se encuentra en los antiguos calendarios romanos, y significa ‘encuentro’. El encuentro del Hijo de Dios hecho hombre en y con su pueblo. En este día celebramos el primer paso público del Verbo de Dios para la salvación de los hombres. La Navidad, la adoración de los Magos, acaecen en la intimidad de la Sagrada Familia. Pero, en la Presentación, Cristo aparece en medio de su pueblo. En completa accesibilidad en su “humanidad mortal”. Más aún, “Él nació, en su naturaleza humana, nacido de la nacida de la tierra y que ha de volver allí”. El soberano absoluto, en su primera aparición pública sobre esta tierra, se somete ostensiblemente a la ley que el mismo había dado. Eso es lo que canta el himno de Laudes del Oficio Divino en rito romano.

7. En el Rito Hispánico que algunos mal-llaman Mozárabe encontramos una fiesta muy particular: De Aparitione Domini, con grandes lazos con la teología de la Fiesta del Santo Encuentro, encontramos esta plegaria en las Primeras Vísperas: “Señor Jesús el Cristo, a quien los dones de los poderosos, ofrecidos en el Sacramento, declaran que eres Dios, rey y hombre: para que las primicias de los pueblos en ellas aceptes, para que lleves a su perfección en la salvación la plenitud de los pueblos, ahora nos sirvan a nosotros por aquello que en ti contemplado, creemos que consta verdaderamente en ti inconfundido: mientras, por nosotros, como hombre inocente padeciste, y como rey potente venciste, y como Dios omnipotente permaneces, y de los cuales cada uno tenemos la mirra para la Pasión, el oro para el Reino y el incienso para la Deidad. R/. Amen”[8]. Es en el Templo de Jerusalén que se manifiesta la triple identidad, humana, real y divina, del Mesías/Cristo que se ‘encuentra’, allí en el lugar sagrado, con su pueblo.

Jaume González-Agàpito


[1] Cecchelli, C., I mosaici della basilica di S. Maria Maggiore, Torino, 1956, p. 219, tb. 53-58).

   [2]       También figura una Presentación en el Templo en los mosaicos de La Daurade de Tolosa (siglos V-VI), de los que sólo tenemos unas vagas indicaciones (cfgr. Woodruff, H., The Iconography and date of the mosaics of La Daurade, “The Art Bulletin” 13 (1931), pp.80ss). Sobre la iconografía: Cecchelli, C., I mosaici della basilica di S. Maria Maggiore, Torino 1956, pp. 219s; Wellen, G. A., Theotokos. Eine ikonographische Abhandlung über das Gotresmutterbild in frühchristlicher Zeit, Utrecht-Antwerpen 1961, pp. 60ss; Wessel, K., Darstellung Christi im Tempel, RBK 1, pp, 1134-1135; Lucchesi Palli, E., Darbringung Jesu im Tempel, LCI 1, pp. 473 – 477; Testini, P., Alle origini dell’iconografia di Giuseppe di Nazaret: RAC 48 (1972) pp. 334ss.

[3] Cfr. Mercenier, E. – Bainbridge, G., La Prière des Églises de rite byzantin, Chevetogne, 21953, reimpresión anastática de 1962, pp. 311-340.

[4] Liber Pontificalis 1, 376

[5] Andrieu, M., Ordines Romani du Haut Moyen Age III, Louvain, 1951, p. 235.

[6] Ebner, A., Quellenund und Forschungen zur Geschichte und Kunstgeschichte des Missale Romanum im Mittelalter, Freiburg i. Br., 1896, p. 130.

[7]       Estudios sobre la fiesta: P. Batiffol, Etudes de liturgie et d’archéologie chrétienne, Paris 1919, pp. 193 – 215; L. Duchesne, Origines du culte chrétien. Etude sur la liturgie latine avant Charlemagne, Paris 51925, pp. 287 – 288; G. Löw, Purificazione, EC 10, 341-345; M. Righetti, Manuale di storia liturgica II, Milano 1955, pp. 90-95.

[8]  â€œDomine Iesu Christe, qui Magnorum munera, in misterio oblata, Deum te, regemque, hominemque declaratur: ut primitias Gentium in his acceptares, plenitudinem Gentium in salutare perficiens; adesto nobis per ea, quae in te divisa, inconfusa constare veraciter credimus: dum pro nobis et ut homo innocens pateris, et ut rex potens vincis, et ut Deus omnipotens incorruptibilis permanes: cuius utique et Passioni myrrha, et Regno aureum, et Deitati debetur incensum. R/. Amen”.

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